Todo arte debe impresionar. Esto no es decir que el arte siempre deba de ser impactante —¿Quién puede decir del arte cómo debe de ser?—, pero sin generar alguna impresión realmente no se ofrece algo qué apreciar, “sin pasión no hay impresión” ¿y qué de artístico hay en esto?
La repetición es un camuflaje, y uno que, convenientemente, se vuelve más eficiente con el uso. Repetir es abrir paso a la costumbre, es permitir que de las excepciones sea la norma. Y así, lo que más se repite, más difícil de distinguir se vuelve.
Muchísimas canciones nos comienzan a gustar por la sencilla razón de medio sabernos cómo va la letra, y la letra con su melodía son difíciles de olvidar si la medio escuchamos en cada interacción social. En coches pasando, coches en que vamos, plazas, rutas, tiendas y por supuesto redes sociales. Por eso hay coros que cantamos durante semanas, y sin embargo improvisamos cada vez alguna palabra que no terminamos de entender. Incluso bastantes, bastantes versos sí comprendemos a la perfección, y por esto mismo decidimos no cantarlos, solo para terminar cediendo en algún descanso mental en medio de las carreras diarias.

Esto es repetición mecánica. Esta es la fría, insípida metamorfosis de la pasión en rutina. Es música que no impresiona; música que solamente suena. Se camufla en nuestras vidas, hace su dinero, y continúa su mecanismo. Nada malo, pero nada qué apreciar.
Pero por algo se llama industria del Entretenimiento y no del Arte. No es que el arte no sea industrializable, pues toda venta lo es, y los artistas son vendedores de profesión. Pero los artistas manejan su propia economía e incluso tienen sus propios tipos de cambio. Algunos se miden en términos del prestigio o fama, y otros invierten en las bolsas del impacto y la apreciación. Toda propuesta artística es una comercialización industrializable, con la sencilla distinción de que el financiamiento son las expresiones. El entretenimiento es menos complicado. Un no artista, en cambio (un… ¿entretenedor? ¿asalariado del espectáculo? Una… ¿idea? ¿figura del público?), puede existir como la ocupación más lucrativa de todas las no profesiones contemporáneas, con acciones en la bolsa de valores artística, sin haber invertido un sólo peso en su moneda —sin expresión; sin ofrecer impresión; sin permitir apreciación—.
De modo que una venta sistematizada de propuestas es una compra en masa de reacciones, y sin pasión, ¿qué es una reacción sino otro insípido mecanismo? ¿Qué prestigio artístico hay en saber vender?
La diferencia está en la repetición. La repetición mecánica no ofrece impresión; la repetición artística busca perfeccionar la impresión que quiere compartir. Por eso fueron mejores en el segundo concierto al que fuiste, o por eso te tomó un par de reproducciones enamorarte de esa canción. La repetición es indispensable para el arte, como la simetría en la naturaleza.
Mecanizar e imponerse sobre esta repetición con fines comerciales es un atentado artístico y, por lo tanto, uno en contra de las más hermosas características del alma. Mecanizar y buscar más y mejores maneras de comercializar la expresión artística es, en todo sentido de la expresión, el bien que necesitamos.