Un mismo pulso; un mismo ritmo.
Hay cadencia en el silencio cósmico, aún sin ser ni poema,
ni estrofa todavía —aún ni verso—.
La urgencia por entender (o por darse a entender) resulta permisiva con interpretaciones e inferencias que, lejos de auxiliar a la comprensión, fortalecen una intuición cegada por suposiciones. Sus posiciones, no se niegue, son la única herramienta de su percepción, pero la percepción es un entendimiento insuficiente. Es necesario identificar nuestras perspectivas dentro de un marco de complejidad, como parte de la escena enmarcada, para poder evaluarla sin paralizarnos por la dimensión del desafío, ni cegarnos por la probable sencillez de su explicación.
La periodicidad indica el camino de la compresión. Al menos así lo tenemos que concluir, pues cada estudio, cada intento de comprensión dentro y fuera del planeta, llega tan solo hasta donde una naturaleza metódica, que se revela exclusivamente a través de patrones, le permite. De argumentar que es nuestra comprensión la que está limitada a no ver más allá de los patrones dentro de una naturaleza mucho más compleja, estaríamos cediendo entonces ante ésta, nuestra metódica naturaleza rítmica.
Amante de la simetría, la naturaleza es dentro de nosotros el impulso de comprender, mientras es fuera de nosotros una abrumadora explicación. Así convergen, en la belleza y el enigma de las estrellas de neutrinos, nuestro impulso de entender y la incesante revelación de la naturaleza. Sin ser propiamente estrellas, sin que seamos propiamente navegantes, pueden emitir la luz que mejor ilumine nuestra posición en el océano cósmico.
Corazón Estelar de Pulso Moribundo
El núcleo sobreviviente al colapso de una estrella masiva sobre sí misma (que suele resultar en una supernova) es lo que conocemos como una estrella de neutrinos. A pesar de no rebasar, en promedio, los 24 kilómetros de diámetro, pueden contener hasta dos veces la masa del Sol. Esto implica que su densidad es únicamente superable por la de un hoyo negro.
Toda estrella gira sobre su eje, pero cuando una estrella comienza a colapsar sobre sí misma, sucede lo mismo que en el patinaje artístico cuando una artista contrae sus brazos al girar: la velocidad de rotación aumenta.
La repetición es reveladora, y en este contexto puede ser literalmente iluminante:

La interacción de la rapidez del giro de los púlsares con la potencia de sus campos magnéticos, producen campos eléctricos ‘extremamente poderosos‘.
Éstos, acelerando agresivamente a los electrones ꟷque llegan a alcanzar altísimos niveles de energíaꟷ, emiten radiación a través de, por lo menos, dos mecanismos que aún son investigados. Dando lugar a uno de los más impresionantes espectáculos visuales del universo.
A partir de las longitudes de onda de estos rayos, podemos estudiar diferentes propiedades de la estrella emisora. Como los mecanismos que dan lugar a las (aún desconocidas) causas exactas de la emisión y su distancia.
Frecuencia a distancia; nada que acelere el pulso
Por supuesto, teniendo presente que rotan y poseen inclinación, no es muy común que apunten sus rayos directamente hacia nosotros. Pero los que lo hacen, lo hacen con una periodicidad escalofriante.

De la misma manera que la iluminación en un escenario, los púlsares manifiestan su patrón con el correspondiente deslumbre cada vez que apuntan en nuestra dirección. Es por este comportamiento que les dejamos de llamar estrellas de neutrinos; pues su luz las convierte en un pulso de frecuencia precisa que provee con su disciplinado ritmo a la constante que nos guiará en esta parte de la exploración.
Enemistados con la aleatoriedad, realizamos la exploración del universo a través de constantes. Encontramos periodicidad y la seguimos, tratando de entender lo que podamos a partir de ella; de modo que mayor confianza en la repetición reduce el espacio de la incertidumbre.
El pulso de la comprensión
La descripción más completa es la que mejor conjunta las conclusiones y perspectivas en un mismo marco de interacción, teniendo en cuenta su limitación espacial ‒la descripción, como toda conclusión y perspectiva, conforma el marco de interacción con aquello que pretende describir‒. Si nosotros influimos y estamos presentes en los fenómenos que queremos comprender; si estamos en la ubicación cósmica que queremos conocer; y si somos el enigma que no podemos resolver, ¿qué nos queda, si no solo observar? ¡Digámoslo entusiastas!

Amante de la simetría, la naturaleza es dentro de nosotros el impulso de comprender, mientras es fuera de nosotros una abrumadora explicación.
Estamos rodeados de consecuencias que apuntan directamente a sus causas, y podemos comprender toda interacción a profundidad si ponemos la suficiente atención. Conjuntando las diferentes perspectivas que cada púlsar tiene de nuestro planeta ‒dirección y distancia, por lo menos, cognoscibles a partir de la frecuencia y longitud de onda de sus rayos‒, no solo podemos ubicar un punto preciso en medio de la infinidad del universo, sino también describir a todo un marco de interacción cósmica descrito desde estas mismas perspectivas.
Tiempo, espacio y comprensión coexisten de la única manera que respeta la condición de la naturaleza: constante. Es indispensable tener en mente esta condición, si algo se pretende comprender. Pues el conocimiento de un espacio que no contempla al tiempo es tan relevante como un periodo de tiempo en ningún lugar.
Coexistencia con Arritmia
Para la colaboración del observatorio NANOGrav y la Matriz Internacional de Temporización de Púlsares (IPTA), 12 años y medio de constancia al ritmo de 45 púlsares ya integra la escena con suficiente respeto como para poder especular informadamente.

Encontraron periodicidad; la siguieron por más de una década; y es hora de entender lo que se pueda a partir de ella, pues la naturaleza empieza a limitarnos.
La constante que les mereció el sobrenombre de ‘los cronómetros del universo’ resulta no emitir una señal constante hacia nosotros. Pero incluso esta variación parece respetar una constancia, que cada vez es una guía más escalofriante.
La perturbación en la confiable frecuencia con la que percibimos la luz del núcleo rotativo de una estrella muerta a millones de kilómetros de aquí, implica una de tres cosas: movimiento inusual en aquellos núcleos luminosos; movimiento inusual en este, el núcleo de nuestra percepción; o bien, movimiento perfectamente usual entre ambos.
¿Y el “Egoísmo de No Sentirlo”?
De más de 1500 púlsares descubiertos alrededor de nosotros, solo 45 nos compartieron su visión. Los 45 hablan, cada uno a su ritmo, respetando su respectiva frecuencia, pero modulando la voz en conjunto. Cuando la señal de uno ‘se aleja’, se percibe un incremento en la longitud de onda del rayo del púlsar; normal. Pero las siguientes señales de los demás púlsares describirá un comportamiento similar.
De igual manera, al ‘acercarse’, las longitudes de onda se contraen en conjunto, de modo que el pulso de su luz nos revela un latido mayor. Sabemos que eventos de proporciones cósmicas reverberan en la fábrica del espacio-tiempo que son perceptibles aquí en la Tierra. Ya hemos invertido millones de dólares en estudiar estas reverberaciones. Sin embargo, la evidencia provista por la matriz de púlsares alrededor nuestro, habla de algo más que una colisión en otro lado del universo.
Aquí entra la vulnerabilidad del egoísmo:
Si aceptamos el desafío, podríamos estar teniendo nuestro primer contacto con el verdadero pulso del universo. De preferir un marco menos complejo, estaríamos limitando una percepción universal ꟷdel tiempo y del espacioꟷ a la perspectiva de un “punto azul pálido” indistinguible.
Finalmente, somos más irrelevantes por nuestra cuenta que como una parte indistinguible de la inmensidad ꟷmás el ego siempre prefiere su propia compañía: una ilusiónꟷ.