Comencemos por una certeza: la sociedad normaliza ver pornografía, la pornoglotonería. Hace apenas unas décadas, el tabú sobre el sexo era mayor y las plataformas que ahora conocemos para ver porno ni siquiera existían, lo mainstream llega por todos lados.
Aun así, el porno estaba allí, cualquiera podía y aún puede, despertar y encontrarla.

Pero existe otra realidad, la normalización de una pornoglotonería. Más allá las satisfacciones que podamos tener, normalizamos actos de riesgo en la sexualidad. Sí, sí…muy exagerado, ¿no? ¿De qué riesgo hablamos? Del riesgo de hacer de la pornografía algo ordinario y adictivo. El porno estandariza actos y cuerpos, abala la violencia hacia los cuerpos en desventaja, dictamina que lo importante es el placer del cuerpo masculino mientras que el resto de los cuerpos (mayormente el femenino) se entiende como un objeto cosificado y violentado para obtener placer.
Por supuesto que existen consecuencias detrás de este consumo. Desde lo personal, lo social, lo familiar e incluso lo legal. Creemos que lo que vemos es real, que nuestras relaciones pueden pensarse igual, que no hay conciencia sobre una posible adición que termina por perjudicar nuestro entorno, y que las penalizaciones no existen si no participamos activamente en el tráfico de material audiovisual.
Este artículo ha sido escrito a dos manos en compañía de Fernanda Ezquerro, psicóloga, terapeuta y sexóloga creadora de Lola y el Sexo. Ezquerro, recientemente ha sido nombrada como una de las once sexólogas que seguir en Instagram. Con su consultorio y la voz de Lola y el Sexo, ha formado un discurso súper fuerte a través de micro videos y un podcast en Spotify.

Al escribir sobre las consecuencias del porno, recordamos a amigos nuevos y de toda la vida, en nuestros excompañeros de trabajo e incluso exjefes, compartiendo entre ellos fotos, videos y ahora stickers con fuerte contenido sexual. Primero es la broma placentera entre ellos, que luego nos llega a nosotras y a las amistades gays y lesbis. Si entre afectos cercanos, ya es complicado el tema para evitar broncas, en un ambiente laboral llega a rayitas de considerarse motivo de denuncia.
Lo delicado del tema es el son de la burla, de la amenaza, del chantaje por los placeres ajenos. Y lo peor, es ese momento inesperado donde la foto, el video o el sticker, es de alguien que conocemos, y aún así, el nivel de violencia/acoso prevalece o aumenta, algo que recuerda al performance Rhythm 0, de Marina Abramovic.

Dale la vuelta al porno
El uso esporádico, aunque no termine en una adicción, conlleva una serie de riesgos que pueden repercutir en distintos aspectos o esferas de tu vida. En diversos estudios, se ha visto que el uso de pornografía puede moldear el comportamiento de los adolescentes en ámbitos sociales, promover prácticas sexuales de riesgo, reforzar estereotipos de género, e incluso, incrementar la agresividad en relaciones sexuales.
Aunque no lo parezca, cuando las personas ven pornografía su cerebro está aprendiendo y nutriéndose de lo que percibe (a pesar de no estar motivado por aprender o memorizar estas imágenes).
La organización freelance Dale una vuelta, es una de las pocas que lleva a cabo la labor de investigación, difusión y acompañamientos. En su página puedes encontrar el siguiente mensaje: Cuando tengas ganas de ver pornografía detente a reflexionar, pregúntate ¿Para qué veo pornografía? ¿Necesito la pornografía? ¿Qué es lo que siento? Si lo necesitas, sal a dar un paseo, escríbele a un amigo o incluso envíanos un mensaje a info@daleunavuelta.org.
Sexualidad desde el comienzo
En España, el inicio del consumo de la pornografía oscila entre los 9 y los 11 años. Lo escabroso es, que casi siempre es la primera línea de información directa que enseña y muestra la interpretación sobre la sexualidad y de lo que tratan los encuentros sexuales.
Nos encontramos ante el clásico “todo mundo ve pornografía y es normal”, lo curioso, es que sólo se socializa con el grupo de amistad y no con un perfil profesional. Las escuelas y los progenitores también le tienen reserva a la enseñanza y educación sexual.
Madres y padres no suelen entablar conversaciones sobe pornografía, ya sea por falta de comunicación, información o tabú sobre la sexualidad. Aún es claro, lo importante que es poner el tema sobre la mesa. Básicamente, por ser la base que nos otorga referentes conscientes para tener una sexualidad sana en la vida adulta.

Porque aquí viene la otra población a educar…ya no es solo en la niñez o en la adolescencia donde se manifiestan los riesgos que tiene el consumo de pornografía. Muchas veces estamos ante adultos irresponsables de la sexualidad que ejercen. Motivo que nos abre brechas y fortalece la desigualdad de los cuerpos, por tanto, de los géneros.
El encuentro sexual, muchas veces, deja de ser un intercambio íntimo para ser un territorio de guerra. Los adultos debemos informarnos sobre la industria del porno y dejar de ser consumidores pasivos. Gracias al internet y las tecnologías, se nos ha vuelto fácil acceder a los contenidos que queramos, cuando queramos. Todo siempre de manera gratuita y, como cereza de pastel, en esta pornoglotonería, es que lo podemos hacer de manera anónima.
¿Un poco de porno me hace daño?
Se podría decir que el uso de pornografía en cantidades pequeñas y con espacios separados de tiempo, no genera una adicción, y a ciencia cierta, el uso diario tampoco lo determina. Para determinar si hay una adicción entran en juego otras variables: no poder abandonar su uso, necesitar un estímulo cada vez más fuerte (tolerancia del contenido y tiempo del contenido observado), ocupa la función de regulador emocional, etc.
Como en todos los comportamientos adictivos, se empieza probando, hasta que un día se ha vuelto un hábito.
Porno Mainstream
La pornografía mainstream normaliza una sexualidad de riesgo. Su contenido nos enseña a normalizar violencias, mayoritariamente aquellas que legitiman la agresión física y verbal hacia el cuerpo femenino y hacia los géneros minoritarios. Sucesos así, ya entendidos como categorías ordinarias, nos hacen pasar página y aceptar mitos tan peligrosos como el mito de la violación…escrito como es, así de crudo.
Al ser parte de la industria o del buffete de la pornoglotonería, el mensaje que las mujeres suelen normalizar es la sujeción del cuerpo. Aún sin ser consumidora o servidora. Por el cuerpo se suele ser valorada, reconocida y mirada, claro, a vista de los demás, por lo que se construye como una forma inestable de construir autoestima.
O sea, la autoestima se construye si se obtiene atención y se es deseada. Un paradigma que oportuna y afortunadamente ha ido cambiando en el orden social de las generaciones recientes.
Debido a la visualización de contenidos violentos y agresivos, cada vez es más difícil distinguir por qué se empieza a normalizar lo que vemos. La pornografia enseña que no hay límites, por lo tanto, siempre es posible rebasar los propios.
La pornografía enseña y siembra miedo al decir “no”, cuando no queremos algo en el encuentro sexual (principalmente en las primeras experiencias sexuales). Porque lo que nos enseña es a no comunicar cuando estamos incómodas, o bien, a creer que tenemos que satisfacer hasta el orgasmo. Y esto, les sucede a todos los géneros. En los últimos años, España ha entonado el “No es No”, recientemente ha llegado el “Sí es Sí”
El detalle para la mujer, es que nos quita legitimidad de nuestro propio deseo y placer, dejamos de ser dueñas de nuestros cuerpos para ser promotoras de la complacencia. Se genera una culpa y una vergüenza, porque poco a poco rebasamos limites desconocidos y cada vez se necesita contenido más fuerte para llagar a la excitación.
Y es preciso aclarar, que no somos motor de complacencias, también deseamos placer y sobrepasar nuestros límites, también nuestro cuerpo pide y desea el que cuando dice “Sí”, es “Sí”.
Cre – ar (te)
La pornografía mainstream sigue promoviendo la desigualdad de género y las diferencia que existen entre el hombre y la mujer. Donde la mujer no es dueña ni de su cuerpo, ni de sus decisiones y mucho menos de su placer. Pero como dice Erika Lust, cineasta de la pornografía feminista con un proyecto diferente al porno mainstreem:
“¿Que no el mundo ha cambiado? ¿Que no el rol de las mujeres ha cambiado? ¿Que no ha cambiado en la política, en los trabajos, en la casa, en la cama? ¿Y qué no gracias a eso el mundo es un lugar mejor? En todo, el rol de la mujer está en debate. En todos, excepto la industria de la pornografía. Es momento de que el porno cambie”
-Erika Lust
Lo que ella graba son cuerpos, deseos y placeres reales con personas reales, hay límites, comunicación y cada actor es libre de decidir. No hay batalla de género sino erotismo y sensualidad. Y a ver, tampoco es decir que las mujeres no deseamos fantasías sexuales, simples o de riesgo, no, lo que se pone en mesa es el mutuo consentimiento, el deseo real ante una industria provocadora.
Ella habla de un cambio de perspectiva, pero como se ha dicho, no se puede dejar en el aire la escasa educación sexual. Aunque existan otras alternativas audiovisuales del porno, como en el trabajo de Lust, es indispensable hablar de sexualidad. Independientemente del porno que se consuma, el porno no debería ser el primer canal educativo, sino una alternativa de disfrute bajo plena conciencia.
Sexoapologías de la pornoglotonería
El mundo porno llena al mundo real de inseguridades. Cuesta separar y saber cuando el contenido que produce no exhibe ni un cuerpo, ni un tamaño de los genitales ajustados a la media poblacional, y mucho menos refleja el mundo afectivo, relacional o comunicativo que existe dentro de un encuentro sexual.
Por lo tanto, desinforma o mal informa sobre lo que realmente es el encuentro y el placer sexual. Este último punto de inseguridades y desinformación provoca menor satisfacción sexual con las parejas debido a que el cerebro ya no distingue una relación sexual real versus el encuentro sexual pornográfico.
Al consumir pornografía hay un sobre estímulo cerebral que se prefiere ante las sensaciones reales, provocando menor satisfacción sexual con la pareja por la “exageración” que la mente prefiere. El consumo porno influye en el afecto que se muestra entre dos cuerpos conectados, afectando el vínculo y alterando la relación en la vivienda con la pareja.
Para Thaddeus Birchard, Doctor en Psicología y psicoterapeuta sexual, pionero en el estudio de adicción al sexo, Director del Centro Marylebone de terapias psicológicas y fundador de la Asociación para el tratamiento de la adicción sexual y la compulsión (ASTAC), existe una diferencia entre el consumo de pornografía entre hombres y mujeres.
Birchard resume: la literatura sugiere que la sexualidad masculina es visual y se interesa por las partes del cuerpo, mientras que las mujeres están más interesadas en las relaciones. La pornografía está hecha para los hombres. Las mujeres se interesan mucho más por el cibersexo social, los “chat rooms”.
Nota a pie
Hablemos de la pornografía, sin normalizar lo que enseña. De sexualidades sanas, donde se cuida a alguien, donde se comparte sin renunciar a ti misma, a ti mismo, donde se es natural, donde hay límites, donde se es seguro y respetuoso, donde hay comunicación. Hablemos de un sexo emocionalmente cercano y que te enorgullezca hasta el goce, como dice Ana Requena “Si no hay placer, no es nuestra revolución“