Digámoslo así, Mario Benedetti logra relatar la complejidad de la vida con mucha simpleza. Y a pesar de lo que pudiera pensarse, ése no es un logro simple.
Benedetti habla de amor mientras habla también de revolución y rebeldía. Al final de cuentas, la revolución no es más que amor, y el amor es bastante revolucionario.

— ¿Y quién es tu autor favorito?
— Mario Benedetti – respondí orgullosa, alzando las cejas mientras sonreía. Ella también sonrió, apretando la comisura derecha de su boca y dando un resoplido.
— Se ve que tienes sólo 16 años – dijo al tiempo que alzaba unas hojas de su escritorio, perdiendo interés por la conversación.
— ¿Usted cuántos años tiene?
—54 – respondió sin alzar la vista de los oficios que sostenía en sus manos. – Pero cuando era menor también me gustaba leer historias cursis.

Yo no dije nada entonces, pero llevo casi una década formulando una conversación imaginaria que sucede aquel comentario, que me hizo notar cómo podía ser percibido mi todavía autor favorito.

La valentía de ser cursi

En primera instancia me sentí casi ofendida. Qué sucia sonaba esa palabra. Pero a pesar de lo que diga el diccionario, he aprendido a encontrar la increíble valentía que requiere ser cursi. Creo que implica dejarte sentir sin miedo, o mejor aún, a pesar del miedo. Aprender a reconocer lo que sientes y expresarlo sin tapujos.

Sí, Mario Benedetti era un tanto cursi. Pero si lo único que notas en sus textos son cursilerías vanas, tal vez podrías intentar leerlo una vez más. Qué forma tan elegante tenía de protestar ante las injusticias, de declararse amante del pueblo, de hablar con una voz que representa a tantas, y hacerlo con una naturalidad impecable.

Qué valiente era el señor Mario de apellido Benedetti, y qué fortuna la mía de haber podido entender la profundidad de sus palabras, desde el momento en que leí “Tus manos son mi caricia mis acordes cotidianos te quiero porque tus manos trabajan por la justicia”.